Lo más jodido es empezar.

Sábado. 9 de agosto. Las 1:30 am. Mientras todos hacen sus vidas, yo me siento en el mismo rincón de la cama, con las piernas cruzadas y un tazón de cereales. Agosto. Verano. Calor. Y yo en bragas, sudando, intentando darle algún sentido a esta mierda.

¿Qué coño nos une y qué cojones nos separa?

Es algo que me he preguntado demasiadas veces... sobre todo estas últimas semanas.
Siempre he pensado que lo que me separaba del mundo exterior era el miedo. Ése que le tengo a todo lo que conozco y no me gusta. Y estaba casi segura que lo que me unía era amor. -Amor, esa puta palabra que me acojona.-
Ayer, mientras miraba la leche que no soy capaz de beberme, incluso después de haberme comido todos los cereales y dejarla con sabor a chocolate, me di cuenta. Me di cuenta que es exactamente al revés.
Ese puto miedo es el que nos mantiene anclados a alguien o algo. El miedo a sentirnos solos, a morir sin más, sin ayuda. El miedo a vernos tal y como somos, y ni siquiera ser capaces de aguantarnos nosotros mismos. Vaya putada. Si no soy capaz de soportarme yo, cómo voy a pretender que lo hagas tú.
Y en cambio, el amor, a veces es todo lo que separa. Porque el amor siempre duele. No pertenece a nadie y todos queremos hacerlo nuestro.  Supongo que el amor es tan grande como el miedo. Y a veces incluso parece lo mismo. El que tiene miedo al amor, no vive. El que no puede dejar de amar al miedo, tampoco.

Y te juro que ya no sé en qué punto me perdí yo.

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