Las gafas de ver la vida.

Todo lo que nos ha sucedido durante nuestra vida, especialmente en la infancia, seamos conscientes o no, nos marca, nos condiciona. Filtramos la vida a través de esas experiencias. Como si llevásemos unas gafas con distintos filtros a través de las que vemos la vida. Los pensamientos que surgen en nuestra mente, las sensaciones o emociones que sentimos en nuestro cuerpo, las reacciones o comportamientos que tenemos, la forma en que nos autoexplicamos lo que pensamos, sentimos y hacemos, nos condicionan. Van creando una forma de ver la vida, de vernos a nosotros mismos y a los demás, haciendo que desarrollemos un determinado tipo de personalidad o sistema defensivo o protector o máscara o personaje que nos ayudará a defendernos del entorno. Es lo que los psicólogos llaman el ego, o sea, las gafas para ver la vida que cada uno tenemos.

Y nos construimos ese ego o ese tipo de personalidad, básicamente, para protegernos del dolor de no poder mostrarnos tal como realmente somos, porque nos hemos ido adaptando a como creíamos que teníamos que ser para que nos quisieran, sobre todo, las personas de nuestro entorno.

Todos tenemos un ego, unas gafas de ver la vida, una personalidad, una máscara, una armadura, un sistema defensivo, un personaje que filtra toda la vida que vemos. Porque yo no veo la realidad, veo lo que “yo” veo y mi “yo” es muy su”yo”. El problema  es que al ratito de ponerte las gafas o tu ego, que es sobre los dos añitos, se te ha olvidado que lo llevas, pero lo llevas, lo sepas o no. Te lo ve todo el mundo menos tú. A veces, si te dicen que llevas las gafas puestas, a lo mejor te das cuenta de que las llevas. Pero poca gente, porque la mayoría prefiere ver las gafas de los otros que las suyas. Los filtros de tus gafas te van cayendo sin que te enteres: el filtro de tu madre, el de tu padre, tu familia, tu pueblo o tu ciudad, tus amigos…

En general, descubrir tus gafas suele ser doloroso, pero es liberador. Ver tus gafas, tus filtros, aceptarlos y poder quitártelos, ser quien realmente eres y no quien interpretas ser, al  menos en la intimidad, te alivia. Cuando esto ocurre, como ya eres consciente, te las puedes poner y quitar cuando quieras. Pero hasta que llega ese momento, se pasa mal, incluso se lo puedes hacer pasar mal a los demás porque intentas imponerles tus mismos filtros, que siempre miran hacia el exterior pero no al interior, porque cuando empiezas a mirar al interior no te gusta lo que ves.

Lo importante es darte cuenta de que las llevas puestas. Así, te las puedes poner y quitar en función de lo que tú decidas. Haces un papel u otro sabiendo que no eres ninguno de esos papeles. Es el saber quién eres el que te permite no identificarte con ninguno. Esto es precisamente lo que haces por la noche cuando te vas a dormir, a descansar. Te quitas las gafas, los filtros. En esos momentos no eres nada ni tienes nada que defender. Hasta que suene el despertador. Cuando suene ya te pondrás, conscientemente, el que toque.

Todos nos pusimos nuestras respectivas  gafas porque el niño pequeño que todos fuimos tenía miedo de no ser querido, de no ser aceptado, de ser rechazado y creía que con esas gafas, creándose ese ego o personalidad o forma ser, sí le querrían. Aunque ahora ya somos adultos todos seguimos llevando dentro un “niño interior”, que es nuestra parte vulnerable, herida, solitaria y desatendida.

Ver las gafas que llevamos puestas, entender cómo hemos llegado a ser los adultos que somos actualmente, funcionando fundamentalmente a través de nuestro ego, máscara, personalidad o personaje, identificar a nuestro niño interior, comprender cómo se sentía en el entorno que le tocó vivir, asimilar qué le hizo actuar en la forma en que lo hizo, dejar salir las emociones que se quedaron bloqueadas, es fundamental para nuestro bienestar.

El bienestar depende de las relaciones. Las relaciones con nosotros y con los demás. Pero es importante saber que hasta que no aprendemos a relacionarnos bien con nosotros mismos no podemos relacionarnos bien con el resto del mundo. Hasta que no aprendamos a aceptarnos, a sentir aprecio por nosotros y a amarnos a nosotros mismos, tampoco podremos expresar amor, aprecio y aceptación de los demás. Podremos relacionarnos con más gente, pero a un nivel superficial, sin tener auténtica intimidad. Tendremos dificultades en mostrarnos cómo somos, sin tener que escondernos detrás de la máscara que nos proteja de nuestros sentimientos más profundos.

Ser consciente de todo esto no significa tener una visión pesimista o desalentadora de la vida humana, sino todo lo contrario. Significa poner la primera piedra para vivir mejor. Significa empezar a pasar de personaje a persona real.

Una persona real no está sola, sino con los demás. Es con los demás, cooperativamente, como podemos ampliar la lista de personas reales, pues nuestra esperanza en vivir mejor no puede estar fundamentada en esperar que el mundo cambie a las personas, sino en que las personas cambien al mundo.

“Sé tú el que cambio que quieres ver en el mundo” (Ghandi)

Todos tenemos unas gafas para ver la vida. ¿Cómo son las tuyas?


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