Qué tontos los que dicen que no hay soledad más dolorosa que la de la gran ciudad: deberían probar la de nuestro salón cuando, tras muchos días de psicología inversa y mirarnos de reojo, seguimos sin coincidir.
Porque, a fin de cuentas, no es tan terrible esperarte como comprender que tú también me estás esperando a mí.
Y que no tengo ni puta idea de cuándo voy a encontrarme.
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