Que no es el domingo, que es la soledad.

Y un día dejaron de pasarnos cosas, y tardabas en hablarme lo que yo tardaba en decirte que te echaba de menos... pero ya no me hablabas porque lo desearas, sino porque, quizá, te acostumbraste a hacerlo y simplemente no querías hacerme daño, aunque de alguna forma ya lo estabas haciendo. No te culpo de nada, ¿sabes? Sé que esto siempre es cosa de dos, y que yo siempre suelo ser el factor común. Y ojalá pudiese despejarme de la ecuación, pero no... no puedo. Y espero, mientras tanto, a que llegue más pronto que tarde el día en el que todo tenga sentido, y algún resultado. Pero hasta entonces no sé qué de intentar sobrevivir sin ti, o sin alguien, o sin mí, o a veces incluso sin nadie. Esperar, de brazos cruzados, con los ojos en blanco, fingiendo haber olvidado qué era eso de llorar cuando alguien llega tarde. Y no voy a pedirte que vuelvas si para lo único que va a servir es para darme cuenta de lo lejos que te has ido, y de que tú ya no tienes ganas de volver a rescatar todo esto por lo que un día sonreíamos juntos. 

 No, no voy a pedirte que vuelvas, pero tampoco te alejes más... que empiezo a no tocar fondo y ya sabes lo mal que se me da nadar cuando de trata de ir a rescatar alguna causa perdida.

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