-Y te encuentras con las ganas rebosando en la garganta y estallando en las pupilas.

Él hablaba de no sé qué ciudad o de quién sabe qué película. Sabe Dios. Porque yo, en aquel instante, en lo único que podía pensar era en los escasos centímetros que separaban nuestras bocas. Conté en silencio... uno, dos, tres... dieciocho, diecinueve... veinticinco... hasta que el desliz resultó evidente. Con su aliento entre mi aliento, busqué sus ojos en un amago de desesperación, suplicando piedad ante aquella descarga de electricidad. Tengo las horas contadas contigo. Pero él quería librarse del frío de mi ciudad que entumece los huesos. Y en aquel instante efímero que tanto intentaba retener, dobló una esquina de mi vida como si fuera la página de un libro que quieres recordar. 
 Cuando por la mañana el sol comenzó a derretir los lunares de su espalda, escribí en algún lugar que me dejaría engañar cada noche de mi vida, aunque tuviera que negociar horarios con despertador al día siguiente.

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